(Para variar un poco, el texto siguiente no es fragmento de ningún libro)
Si se está atento a las publicaciones científicas de los últimos meses/años, se puede observar una pauta que se repite en muchas de ellas, consistente en que algunos fenómenos que resultan esenciales para dar respuesta a los principales interrogantes de la física, precisan de unas matemáticas (es decir unas ecuaciones) demasiado complicadas. Así por ejemplo, los campos de Higgs, la unificación de las fuerzas fundamentales o la teoría de cuerdas, precisan de unas ecuaciones extremadamente complicadas, que incluso los matemáticos más avanzados del mundo no son capaces de descifrar. Esto puede interpretarse perfectamente de la siguiente forma: si bien las matemáticas nos han ayudado a describir el comportamiento de miles de fenómenos (el movimiento de los planetas, de los fluidos, el comportamiento de los electrones…) puede pensarse que dicho método, el matemático y por tanto el científico, quizá no sea el más adecuado para dar respuesta a los interrogantes citados, o que nos estemos aproximando al límite de las matemáticas o de la ciencia para dar respuesta a ciertos fenómenos. Esta situación se produce además cuando en los últimos años los físicos nos han informado de que solo conocemos el 4% del universo, pues el 96% restante, formado por materia y energía oscuras, no sabemos lo que es ni cómo explicarlo. En esta línea, el físico Sir Arthur Eddington (medalla de oro de la Royal Astronomical Society) escribió hace ya años una anécdota que merece la pena recordar. Se encontraba Eddington estudiando la generación de olas por el viento, y consultó un tratado de hidrodinámica en el que figuraban las complicadísimas ecuaciones que describían su formación en función de la velocidad del viento, la temperatura del agua del mar y otras variables. El tratado en cuestión incluía varias páginas repletas de difíciles ecuaciones, y tras las mismas el autor concluía que “nuestras investigaciones teóricas proporcionan una comprensión considerable de los estados incipientes de la formación de las olas”. Comenta Eddington que tiempo después, pensando en el mismo tema de la generación de olas por viento, cayó en sus manos un libro que él denomina más apropiado en el que leyó una poesía sobre el mar y las olas. Así pues, un científico de talla insinúa que una poesía puede describir mejor la formación de olas por el viento, que una ristra de complicadas ecuaciones diferenciales. Relacionado con todo este asunto están las afirmaciones de algunos maestros esotéricos (caso de G.I. Gurdjieff) que nos hablan del arte objetivo, diferente del arte que conocemos (denominado por él arte subjetivo). Según G.I. Gurdjieff el arte objetivo o exacto se caracteriza porque provoca exactamente el mismo estado emocional en las personas que lo perciben, si bien para que este efecto se produzca dichas personas deben haber alcanzado (un clásico cuando nos adentramos en el mundo esotérico) la conciencia objetiva, es decir, deben ser unos iniciados.
La realidad debe ser, por supuesto, explicada desde un punto de vista racional, científico, matemático. Pero quizá dicho punto de vista tiene un límite y tal vez nos estemos aproximando a él tal y como se ha comentado más arriba. Ello nos lleva a pensar que para poder explicar todas las facetas de la realidad, deba emplearse también un método emocional o artístico, como reflexionaba Eddington. Dicho método emocional o artístico precisaría de un desarrollo riguroso, al estilo de lo que es el método científico. Podemos atrevernos a llamar “Artencia” a la disciplina que de algún modo combina la emotividad del arte y la racionalidad científica tal y como los conocemos, y que tiene por objetivo completar el conocimiento y las explicaciones que tenemos de la realidad, desde una óptica diferente a la científica. La “Artencia” está desde luego aún en pañales como lo estuvo la ciencia antes del siglo VI a.d.C e incluso antes de la revolución científica provocada por Galileo y Newton, pero debería ayudarnos a responder a las grandes preguntas, con la autoridad y la fuerza con la que lo ha hecho la ciencia en los últimos siglos. Pensemos en lo que nos ha aportado la ciencia en el último siglo: viajes a la Luna, electrificación, comunicaciones… Algo de ese orden debe aportarnos la “Artencia” en los próximos siglos, empezando por una respuesta más clara que la que nos da la ciencia a los grandes interrogantes sobre la existencia, y a los derivados por ejemplo de las insoslayables dificultades que, a día de hoy, supone la enormidad de las distancias espaciales y temporales que nos impiden algo tan sencillo como viajar a la estrella más próxima, si lo comparamos con el hecho de viajar a la galaxia más próxima.
Llegados a este punto se adivina rápidamente un serio problema. Todas las corrientes esotéricas nos hablan de que para poder avanzar en la respuesta y solución de estas grandes preguntas y dificultades, no es cuestión ya de descubrir una determinada ecuación o inventar una nueva tecnología, sino de avanzar en el conocimiento de uno mismo y en la transformación interior.
Con dicho avance se produce una extensión de la conciencia individual, que suele ir ligada a un fuerte arraigo de respeto a la naturaleza y a la realidad que nos rodea, lo cual parece un requisito imprescindible para poder mutar nuestra conciencia.
Sin embargo la mayoría de las escuelas esotéricas se relacionan hoy en día con el ocultismo, y la máxima “quien sabe no habla” parece la contraseña universal de los iniciados. Por ello parece que nos encontramos con dificultades adicionales para aplicar los métodos descritos por estas escuelas.
Ello se debe, entre otras causas, al hecho de que algunos escritos esotéricos no dudan en relacionar por ejemplo la gran obra de los alquimistas con la energía nuclear (la transmutación de los metales convirtiendo por ejemplo el plomo en oro), con los grandes riesgos que ello comporta. Se llega a hablar de la desaparición de antiguas civilizaciones avanzadas por el mal uso de esta técnica o arte, que podría haber dado lugar a explosiones nucleares en el pasado (por ejemplo algunos relacionan el relato bíblico de la desaparición de Sodoma con este escenario que estamos comentando). De ahí la precaución: debido al alto riesgo, se precisa la ocultación, la necesidad de iniciación y el consabido “quien sabe no habla”.
Así como con la revolución científica provocada por Galileo y Newton generó un cambio bestial en la evolución de la humanidad, y teniendo en cuenta que el método científico está llegando a sus límites para explicar determinadas preguntas fundamentales, parece ser que para avanzar en el conocimiento de la realidad, precisamos una revolución en la disciplina de la “Artencia”, la cual precisa de una transformación interior de cada ser humano. Ello quiere decir por otro lado que dicha revolución no será similar a la científica (es decir, que pueda ser disfrutada por una parte significativa de la humanidad como es por ejemplo el caso actual de occidente), sino que solo podrá ser experimentada por cada individuo, uno a uno, o en muy pequeños grupos, tal y como suele ser la dimensión de las escuelas esotéricas.
Tampoco debe porqué extrañarnos esto. Si nos ponemos en la piel de un indígena del Amazonas, para él la revolución científica y tecnológica que hoy disfrutamos no ha significado prácticamente nada; como mucho únicamente que su hábitat esté amenazado por la explotación descontrolada de los recursos. Del mismo modo, quizá esa revolución en la “Artencia” ya se haya producido en algunas personas (los iniciados de algunas escuelas esotéricas), sin que ello haya significado nada para la gran mayoría de la humanidad. Efectivamente, tal vez algunos alquimistas (Fulcanelli) o algunos maestros orientales hayan experimentado la revolución de la “Artencia” en su propio ser, y hayan podido vencer o responder a la gran pregunta, la muerte.
En “El piano cuántico”, propongo un experimento que en principio, sin requerir iniciación, nos puede ayudar a introducirnos en el difícil mundo de la “Artencia” a través de la música.
Elías Prada Galán