El criterio positivista habitual niega la existencia del lado oculto de la vida, o sea, descubre que este lado oculto consiste en fenómenos electromecánicos y que se nos está revelando gradualmente, y que el progreso de la Ciencia consiste en una revelación gradual de lo oculto.
“Esto no se conoce todavía -dice un positivista cuando se le muestra algo “oculto”-, pero se lo conocerá. La Ciencia, avanzando por los mismos cauces que siguiera hasta ahora, descubrirá eso también. Después de todo hace quinientos años la gente de Europa nada sabía de la existencia de América; hace setenta años nadie sabía de la existencia de bacterias; hace veinte años nada se sabía de la existencia de la radiactividad. Pero América, las bacterias y la radiactividad están todos descubiertos. Del mismo modo, y por los mismos medios, y solo por estos medios, se descubrirá todo lo que generalmente ha de descubrirse. Se perfeccionan los aparatos, se tornan más delicados los medios, métodos y observaciones. Cosas que hace cien años ni siquiera podrían sospecharse, se convierten ahora en hechos conocidos y entendidos en general. Si es que algo puede conocerse, eso se conocerá precisamente mediante este método”
Así hablan quienes se adhieren al criterio positivista del mundo, aunque sus razonamientos se basan en la más profunda ilusión.
Esta afirmación del positivismo sería correctísima si la Ciencia se moviera uniformemente en todas las direcciones de lo desconocido; si para ella no hubiera puertas selladas; si una multitud de cuestiones, (de cuestiones fundamentales), no permanecieran tan oscuras como en los tiempos en los que la Ciencia no existía. Vemos que hay regiones vastísimas cerradas para la Ciencia, que jamás las penetró, y lo que es peor, no dio un paso en dirección a estas regiones.
Hay muchas cuestiones respecto a cuya comprensión la Ciencia no efectuó movimiento alguno: muchas cuestiones entre las que un científico moderno, armado de todo su conocimiento, está tan desvalido como un salvaje o un niño de cuatro años.
Tales cuestiones son: la vida y la muerte, los problemas del tiempo y del espacio, el misterio de la conciencia, etcétera.
Todos sabemos esto y todos podemos hacer esto: tratar de no pensar en la existencia de estas cuestiones, olvidarnos de ellas. Y esto es lo que hacemos habitualmente. Sin embargo, esto no disipa dichas cuestiones. Continúan existiendo y en cualquier momento podemos volver a ellas y comprobar por medio de ellas la firmeza y la fortaleza de nuestro método científico. Y cada vez, ante semejante intento, vemos que nuestro método científico no tiene valor para estas cuestiones. Por medio de él podemos establecer la composición química de estrellas distantes; fotografiar el esqueleto humano invisible para el ojo; inventar minas flotantes que pueden controlarse a distancia mediante ondas eléctricas, y destruir de una vez cientos y miles de vidas. Pero mediante este método no podemos decir qué piensa un hombre que está sentado junto a nosotros. No importa cuánto le pesemos, le fotografiemos o sondeemos: jamás averiguaremos sus pensamientos hasta que él mismo nos los diga.
(P.D. Ouspensky)
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